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La mejora de la calidad del aire en Tudela y la Ribera, asignatura pendiente. Por Marius Gutiérrez Espinosa

“La salud humana y el ecosistema están aún más interconectados de lo que pensábamos”

Inger Andersen

Directora del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA)

 

Resulta más que interesante analizar ciertas problemáticas con la perspectiva que nos da la situación provocada y vivida en la pandemia de la COVID-19. En ese contexto, tenemos que admitir que en estos últimos meses hemos sido testigos de primera mano de cambios significativos en nuestra percepción de muchas cosas, por ejemplo en la de la calidad del aire que respiramos, calidad que ha cambiado sustancialmente en este tiempo, lo que debe hacernos reflexionar sobre todo lo que ha ocurrido.

 

A principio de marzo de este año, Ecologistas en Acción de la Ribera nos alertaba de un episodio negativo de concentración de partículas finas en suspensión (las más dañinas para la salud), con niveles superiores a 50 microgramos por metro cúbico en las dos estaciones de Tudela, una calidad del aire muy deficiente. Sin embargo, ahora la situación es totalmente distinta, ya que en las dos estaciones se han medido niveles inferiores a 20 microgramos por metro cúbico, una calidad del aire satisfactoria.

 

Situaciones similares se han repetido en muchas ciudades de España, donde también se han desplomado -bajando a la mitad- los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2) en el aire. El NO2 es un gas irritante, producido en la quema de combustibles fósiles, que agrava las enfermedades respiratorias y merma la resistencia a las infecciones provocando en torno a 7.000 muertes prematuras al año en España (y más de 70.000 en Europa) según el Instituto de Salud Carlos III y la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA). 

 

Los motivos de este cambio tan significativo son obvios: la adopción de diferentes medidas para paliar el contagio por coronavirus y el colapso del sistema sanitario, como la reducción significativa de la actividad industrial, el progresivo confinamiento de la población y -sobre todo- la consiguiente reducción inducida del tráfico rodado. Todo esto ha provocado una caída importante de la contaminación y una mejora sustancial de la calidad del aire que respiramos, tanto a nivel global como a nivel local.

 

Es de reseñar que esos datos coyunturales favorables no hacen sino poner en evidencia a la verdadera causa del problema de la mala calidad del aire: la actividad humana. Porque ni la gravedad de la situación de alarma en los tiempos de la pandemia, ni la de sus consecuencias sociales y económicas, nos deben hacer olvidar otro problema extremadamente preocupante: la contaminación del aire se va a convertir (si no lo ha hecho ya) en la principal causa de mortalidad prematura en el mundo.

 

Según estudios de prestigiosos investigadores de la Universidad de Harvard recientemente publicados, la mayoría de los problemas de salud previos que han aumentado el riesgo de muerte por la COVID-19 están asociados a las mismas enfermedades en las que más efectos produce la contaminación atmosférica, por lo que cada vez es más importante seguir aplicando las normativas existentes sobre contaminación atmosférica para proteger la salud de las personas. Lo ha sido y lo es durante esta crisis, y lo será todavía más en el futuro.

 

Todavía no hemos olvidado los datos de afectados por el coronavirus y lamentablemente a fecha de hoy sigue habiendo víctimas, lo que debe servirnos para tomar conciencia de lo que la Organización Mundial de Salud (OMS) lleva tiempo publicando sobre la contaminación del aire: más del 90% de los niños del mundo respiran aire tóxico a diario, y cerca de 7 millones de personas, de las que 600.000 son menores, mueren cada año por esa causa, que provoca enfermedades cardiovasculares, neumopatías, cáncer de pulmón, etc.

 

Pero de todo eso podemos sacar consecuencias positivas y afirmar que, a pesar de sus efectos devastadores en lo social y en lo económico, la crisis de la COVID-19 nos ha permitido ver que, sin lugar a dudas, la reducción del tráfico rodado y los cambios en nuestras pautas de movilidad son unas herramientas extraordinarias para rebajar los niveles de contaminación del aire en nuestras ciudades, lo que puede suponer un importante avance para la mejora de la salud pública, en el presente y en el futuro.

 

En Izquierda-Ezkerra consideramos que es necesaria una acción política decidida para establecer medidas al respecto. Y en lo que nos concierne, el RD 102/2011, relativo a la mejora de la calidad del aire, establece que cuando en determinadas zonas, los niveles de contaminantes en el aire superen los valores límite o valores objetivo, así como sus márgenes de tolerancia, las comunidades autónomas deberán aprobar planes de calidad del aire, con el fin último de revertir esa situación.

 

Hay varias comunidades autónomas que ya cuentan con sus respectivos planes (Andalucía, Cataluña, Cantabria, La Rioja, Euskadi, etc.), sin embargo Navarra aún no lo tiene, siendo de especial relevancia la elaboración de un Plan de Mejora de Calidad del Aire en la Ribera de Navarra, ya que se trata de una zona sensible, por verse afectada por las emisiones de grandes industrias y empresas contaminantes y por encontrarse en el corredor de comunicaciones y de infraestructuras del Valle del Ebro.

 

Nosotros llevamos tiempo trabajando este tema y presentando iniciativas sobre los Planes de Mejora de la Calidad del Aire. La última fue a finales de 2019, una moción aprobada por unanimidad por el Pleno del Ayuntamiento de Tudela en la que se instaba al Gobierno de Navarra a elaborar de manera urgente (antes del fin del verano de 2021) los Planes de Mejora de Calidad del Aire, y por otro lado, la elaboración por parte del propio ayuntamiento de un protocolo anticontaminación que proponga medidas de mejora y que establezca la manera de organizar la ciudad en función de los niveles de contaminación que se registren en la estación urbana medidora de la calidad del aire, colocada en la anterior legislatura.

 

Son necesarias medidas políticas ambiciosas que posibiliten el cambio del modelo actual por otro de transición hacia una movilidad más sostenible: más caminar, más bicis, menos coches, más transporte público, menos velocidad del tráfico en las vías urbanas… Además, por supuesto, de más energías renovables (fundamentalmente para autoconsumo), más zonas verdes y mejores espacios públicos, fomento del comercio local y de proximidad, etc… todo eso con el fin de hacer frente, entre todas y todos, a los serios problemas de salud pública que nos generan el aumento de la contaminación atmosférica y la pésima calidad del aire.

 

Marius Gutiérrez Espinosa es Concejal de Izquierda-Ezkerra del Ayuntamiento de Tudela